
Y qué responsabilidad tenemos los turistas en esta crisis?
Por años, El Chaltén fue sinónimo de libertad, naturaleza pura y senderos que te devuelven el alma al cuerpo. La capital nacional del trekking, un pueblo joven , fundado recién en 1985, que nació como una comunidad pequeña, resiliente y orgullosa. Pero detrás del paisaje épico del Fitz Roy y el magnetismo que atrae a miles de visitantes cada temporada, hay una realidad que nos afecta a todos los amantes del trekking y la naturaleza que buscamos viajar de forma responsable. A la fecha el Chaltén atraviesa una de las crisis habitacionales más graves del país.
Vivir allí, para quienes trabajan y sostienen el funcionamiento del pueblo, se volvió casi imposible.
Durante los últimos años, la crisis se profundizó al punto de que el municipio y la provincia aprobaron una Emergencia Habitacional.
La razón?
El problema es estructural: El Chaltén está dentro de un ambiente protegido, lo que limita su expansión urbana. El territorio es finito. La demanda turística, en cambio, es infinita.
Y en esa ecuación, los primeros en quedar afuera son los habitantes.
El dato que mencionás una tiny house por OBLIGATORIOS 4.000 USD la quincena en enero no sorprende cuando entendés el funcionamiento del mercado turístico.
En alta temporada, alojamientos pequeños, minimalistas y “de diseño” se alquilan a precios internacionales. Para un turista extranjero dispuesto a pagar, estos valores pueden ser accesibles. Pero para un maestro, un guía, un empleado municipal o un trabajador de temporada, son simplemente inalcanzables.
La vivienda que podría ser un hogar permanente se convierte en una experiencia turística premium.
Así, lo que debería ser un derecho básico —un techo, un hogar— se transforma en un lujo que la propia comunidad local no puede costear.

Y acá entra un punto incómodo, profundo, necesario: Airbnb.
Yo soy usuaria fiel de Airbnb, una plataforma que nació como una forma colaborativa, casi romántica, de intercambio cultural. Al principio, eran habitaciones libres, casas compartidas, un modelo de comunidad.
Pero en lugares extremadamente turísticos como El Chaltén la dinámica mutó:
Es un fenómeno global: Barcelona, Lisboa, Ciudad de México, Nueva York… y ahora, también, El Chaltén.
La pregunta es fuerte, pero hay que hacerla:
¿Hasta qué punto Airbnb y quienes lo usamos estamos contribuyendo a expulsar a los habitantes locales de sus propias ciudades?
La crisis habitacional en El Chaltén no es conceptual. Se ve. Se respira. Se sufre.
Algunas imágenes son duras: construcciones en terrenos alquilados informalmente, viviendas móviles para sortear la falta de espacio, y hasta trabajadores del propio Parque Nacional usando alojamientos turísticos porque no encuentran alquiler permanente.
Es un pueblo famoso en el mundo… pero incapaz de garantizar vivienda a quienes lo sostienen.
En los últimos meses, se tomaron algunas medidas:
Son pasos importantes, pero insuficientes frente a la magnitud del problema.
El turismo crece mucho más rápido que la capacidad del Estado local para regularlo.
Esta nota no es un ataque al turismo.
El Chaltén vive del turismo.
Pero también muere por él, si no se gestiona con justicia.
La solución no pasa solo por prohibir, sino por equilibrar:
Como usuaria que defendió Airbnb durante años, mi reflexión es que la economía colaborativa dejó de ser colaborativa cuando empezó a concentrarse en manos de quienes la usan como negocio inmobiliario especulativo.
Si ponemos todos estos casos sobre la mesa –El Chaltén, Lofoten, Islandia, Alaska, los Alpes– el patrón se vuelve claro:
Como usuaria histórica de Airbnb, esta crisis me interpela directamente. ¿Cómo viajo a El Chaltén, a Islandia o a los Alpes sabiendo que tal vez el departamento que alquilo por unos días es la misma vivienda que una familia ya no puede pagar para vivir todo el año?
No se trata de demonizar a una plataforma o de romantizar “como eran las cosas antes”. Se trata de dejar de mirar sólo la estética del viaje y empezar a preguntarnos por la ética del viaje.
Algunas preguntas incómodas pero necesarias que podemos empezar a hacernos:
Hablar de la crisis habitacional en El Chaltén es hablar de algo mucho más grande: el modelo de turismo que estamos construyendo.
Si los pueblos de montaña se convierten en parques temáticos sin vecinos, si los trabajadores de la hospitalidad no pueden vivir cerca de donde trabajan, si la vivienda se vuelve un lujo inalcanzable en los lugares donde vamos a “conectar con la naturaleza”, entonces hay algo profundamente roto en la ecuación.
El Chaltén está diciendo “basta” a su manera: con ordenanzas de emergencia, debates tensos, vecinos organizados y una comunidad que no quiere desaparecer.
Escuchar ese grito también es responsabilidad de quienes llegamos con cámara en mano, zapatillas de trekking y reservas hechas en una app. Porque el derecho a viajar no puede seguir pisando, una y otra vez, el derecho a tener un techo.
